Estrella Garrido
Socia de la sede de Madrid de la ELP
Una querida colega, Mila (miembro de la comisión de esta revista digital), me invitó a escribir unas líneas para la Brújula, a modo de eco o de resonancia, contando mi experiencia como participante en el trabajo de la comisión del espacio de las Noches Clínicas, así como en la presentación de un caso de mi práctica que termino de realizar. Lo que le escribí a esta colega en un mensaje de WhatsApp y motivó su sugerencia fue que era la Escuela viva lo que había sentido.
Y sí, aunque el año pasado ya me estrené en el trabajo de Escuela inscribiéndome en la comisión de Biblioteca, este año ha sido mi primera experiencia en la comisión donde se trabajan las presentaciones de casos que luego se realizan presencialmente en la sede de la Escuela. Al rememorar las reuniones que hemos mantenido para trabajar los casos todavía siento presente la viveza de estos encuentros. Cada caso, en su singularidad, parecía poner a prueba todo el andamiaje teórico aprehendido a lo largo de los años pues, cada vez, era un no saber lo que nos reunía e impulsaba al trabajo. Así lo he vivido, como una sorpresa ante cada caso, incluso ante el mío propio.
Me ha impresionado, particularmente, ese tiempo de preguntas y aclaraciones y los delirios que nos permitimos tratando de dar sentido y/o de interpretar los vericuetos de cada caso. Nunca mejor dicho, por vivido, que estamos todos locos, es decir, delirantes. Pero ¿cómo si no trabajar lo clínico cuando nos topamos con un agujero en el saber frente a lo real de cada caso?
Lo he sentido en soledad trabajando mi propia presentación, y lo he sentido en compañía trabajando con los colegas que tanto en la comisión como en el espacio público me han interpelado ante el caso que presentaba. Es ahí donde he experimentado algo de eso que escribí como “la Escuela viva”, una apuesta de lugar en el que se juega “enseñar lo que no se enseña”. Y algo de eso pasa.
