Hacia las XXI Jornadas de la ELP

Todo el mundo está en su mundo. Clínica de las invenciones singulares

1ª Mesa: ¿Qué es la locura hoy?

Invitados: Carlos Fernández Liria y Sergio Larriera

Presentación: Javier Garmendia – Miembro de la ELP y de la AMP.

Co-coordinador del Ciclo junto a Olga Montón.

Sergio Larriera – Carlos Fernández Liria – Javier Garmendia

Comenzamos hoy una serie de tres tardes de trabajo para acercarnos a las Jornadas de la ELP que este año tienen el sugerente título “Todo el mundo está en su mundo. Clínica de las invenciones singulares”. Intentaremos sumergirnos en “el mundo de la locura” que hoy, si leemos con atención el magnífico texto de presentación de estas jornadas, ya no sería el mundo de cada uno si no el mundo de todos.

El de cada uno, ese “su mundo”, qué consistencia puede tener, qué alcance o función cumple en un sujeto, parece ser una versión algo degradada respecto de la invención singular. Ese “su mundo” nos evoca más bien aislamiento o refugio. Nada que ver con la idea que transmitimos al hablar, por ejemplo, del mundo kafkiano o el universo borgiano, ahí sí vislumbramos esa invención singular que ha franqueado ese pequeño mundo. De la tal forma que jugando con palabras y frases podríamos declaran una especie de intención: “Del todo el mundo está en su mundo a la clínica de las invenciones singulares”.

Centrándonos en el tema de la mesa de hoy voy a rescatar dos párrafos, de esta presentación de las jornadas, que nos van a ayudar en esta inmersión en la locura y cómo podemos entenderla desde el último Lacan.

El primero es el que abre el texto y comienza afirmando: “Escuchado en su singularidad ningún ser humano puede ser normal si partimos del desbarate que comporta en su programa instintivo el encuentro contingente con aquello que lo precede, el lenguaje. Así, troumatizado por el choque de las palabras con una maleza de pulsiones inorganizadas, se abrirá en él una brecha que de forma irremediable marcará un destino, el de arreglárselas con los significantes que lo determinan como sujeto”.

Este párrafo nos remite inmediatamente a la conclusión a la que llega Freud cuando también afirma: “Todos los hombres son neuróticos”, nadie puede librarse de los síntomas. El síntoma adquiere carta de naturaleza para el ser que habla. Todos somos neuróticos, más o menos neuróticos pero neuróticos al fin y al cabo y todos habitamos en el síntoma con mejor o peor fortuna. En este sentido ya para Freud el estatuto natural del ser humano es la enfermedad, es decir que para nosotros la normalidad es la enfermedad. Los humanos somos normalmente neuróticos. Entonces en Freud hallamos este gran oxímoron “la normalidad neurótica”. Ahora bien el “todos neuróticos” camufla en su interior una excepción; todos neuróticos sí, pero no todos locos. Todos enfermos, pero no de la misma manera. Sin embargo, es en Freud en quien dice apoyarse Lacan para enunciar su famoso aforismo “Todo el mundo es loco, es decir, delirante”.

Vamos al segundo párrafo mencionado, en el que encontramos la “locura universal”: “Todo el mundo está en su mundo, cada uno tironeado, cuando no tiranizado, entre la universalización de los significantes y la particularización de las formas de goce. Se trata, sí, de una locura que siendo universal no es lo que se distingue clínicamente como la psicosis, sino el delirio que comienza ya con la palabra, con el saber, con la verdad que “tiene una estructura de ficción”; con los fantasmas más comunes o singulares; con el lenguaje mismo que Lacan definió a fin de cuentas como “una elucubración sobre lalengua”.

El gran salto de Lacan es haber llegado a concebir esta “locura universal”, y como decíamos antes, con el apoyo de Freud. Detengámonos un instante sobre una parte de este apoyo freudiano.  Freud escribe en 1923 el artículo titulado “Neurosis y psicosis” y en 1924 “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis”, ambos publicados en 1924. En el primero la diferencia entre ambas patologías es clara, si la neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y el ello, en cambio la psicosis sería el desenlace de un conflicto de las relaciones entre el yo y el mundo exterior. No tarda mucho en su segundo texto en matizar, aunque supone algo más que un matiz, que la diferencia entre la neurosis y la psicosis queda mitigada por el hecho de que “tampoco en la neurosis faltan las tentativas de sustituir la realidad indeseada por otra más conforme con los deseos del sujeto” y termina el texto constatando que en ambas afecciones se desarrolla no sólo una pérdida de realidad, sino también una sustitución de la realidad”.

Ahora ya sabemos que todos huimos de la realidad, que todos la sustituimos, que todos, ya no más o menos neuróticos sino más o menos locos, deliramos y este todos ya sí es universal.

Freud encontró su “loco de atar” en el Presidente Schreber, en el análisis minucioso del delirio que este magistrado plasmó en su libro “Memorias de un enfermo de nervios”. Justifica sus “Observaciones sobre un caso de paranoia autobiográficamente descrito” porque los médicos de la época, estamos hablando de principios del siglo pasado, que no ejercían la profesión en establecimientos públicos tenían grandes dificultades para la investigación analítica de la paranoia. Toma, entonces, este texto como si de un caso se tratara y nos enseña todo o casi todo lo que aprendimos sobre la psicosis.

Si Freud encontró su “loco de atar” en Schreber, Lacan encontró su “loco sin desatar”, su “loco atado” en Joyce. Quizás nosotros para hablar de la locura hoy, andemos algo huérfanos de loco. Lacan se pregunta en el Seminario 23 si Joyce estaba loco. Se dirige a Jacques Aubert, experto en Joyce, y le formula esta pregunta destinada a despejar la estructura clínica. El problema es el siguiente: él sospechaba que se trataba de un psicótico pero no hay un correlato clínico nítidamente reconocible de eso; es decir, piensa que se trata de una estructura psicótica, lo sospecha, pero que no ha desencadenado clínicamente una psicosis. Y entonces al comienzo de la clase se pregunta, y le pregunta a Jacques Aubert: ¿Joyce estaba loco? ¿No hay en sus escritos algo que llamaría la sospecha de ser, de creerse un redentor? La pregunta remite a si Joyce presentaba un delirio de redención, si se creía un redentor. Se ha creído sí o no un redentor, le pregunta. Y Aubert le responde: hay marcas. Hay cierta posición megalómana de engrandecimiento yoico. Podemos encontrar elementos de grandeza, hay un matiz por el cual Joyce se ubica en lo que él llama el espíritu increado de la raza.

Sin embargo, no hay en Joyce una psicosis desencadenada, un delirio de redención claramente desplegado y articulado.

Si traigo a colación a Schreber y a Joyce, es porque, tal vez, nos sean útiles para pensar la psicosis y la locura y la fina línea que puede separarlas e ilustrar la frase del texto de presentación “se trata, sí, de una locura que siendo universal no es lo que se distingue clínicamente como la psicosis”. Insistir en esta diferencia, trabajar sobre ella y ver hasta dónde se sostiene es un desafío permanente para captar en toda su dimensión el aforismo lacaniano al que hacemos referencia.

Para ahondar en el término locura voy a retroceder algunos años, al Seminario 3 “Las psicosis” ahí nos dice Lacan que este término no data de ayer, ni siquiera del nacimiento de la psiquiatría y nos recuerda que la referencia a la locura forma parte desde siempre del lenguaje de la sabiduría y apostilla o del que se pretende tal. Y destaca del lenguaje de la sabiduría a Erasmo y Pascal.

No deja de ser curioso que Erasmo escribiera su “Elogio de la locura” como una especie de divertimento para aliviarse de un mal de riñones mientras guardaba cama en casa de su amigo Moro y que no hiciera caso a otro amigo, el fraile Dorpio, que le censura este escrito y le propone como enmienda, precisamente, escribir un “Elogio de la sabiduría”. De este “Elogio” del de la locura nos dirá Lacan que conserva todo su valor, y esto es lo destacable, por identificar la locura al comportamiento normal. Veamos una pequeña y divertida muestra del “Elogio” para ilustrar esta identificación. Nos dice Erasmo que “no hay sociedad ni compañía que pueda ser agradable ni durar sin la locura, hasta el punto de que un pueblo no puede tolerar a su príncipe, ni el amo a su criado, ni la criada a su ama, ni el preceptor a su discípulo, ni el amigo a su amigo, ni la esposa a su marido, un momento más, si ora no disparatan juntos, y ora no se adulan mutuamente; o bien sensatamente hacen la vista gorda o se untan con un poco de miel de locura”

Sin la locura no hay lazo ni vínculo ni compañía que pueda sostenerse, pero lo que me ha resultado siempre más llamativo de estas líneas de Erasmo es la relación de estos vínculos con la tolerancia; sociedad, locura y tolerancia van de la mano hasta normalizarse en ese “disparatar juntos”. Aquí “el juntos” se destaca para nosotros de una manera especial, pues precisamente juntos no es cada uno en su mundo.

Vamos ahora con Pascal. Al referirse al término locura, nos recuerda Lacan, que lo que se decían entre ellos los filósofos, en su propio lenguaje no carecía de cierta frivolidad, pero que acabó por ser tomado en serio, ya no con la jocosidad de un Erasmo, sino al pie de la letra con Pascal, quien formula con todo el acento de lo grave y lo meditado que “Los hombres están tan necesariamente locos, que sería estar loco, con otra clase de locura, el no ser loco”. Esta frase que rescata Lacan la encontramos en su gran obra “Pensamientos” y aparece en la Sección II Papeles no clasificados, como no podía ser menos forma parte de “lo inclasificable”, de nuestros inclasificables. Lacan comenta este pensamiento de Pascal y lo parafrasea así “hay sin duda una locura necesaria y sería una locura de otro estilo no tener la locura de todos”. La locura aquí ya no es recomendable como podía sugerir Erasmo, es ya necesaria, no podemos vivir sin la locura y además no hay que dejar pasar el énfasis de Lacan: sería una locura de otro estilo no tener la locura de todos.

Por que no arriesgar, y ya con esto concluyo para pasar la palabra a nuestros invitados, la siguiente hipótesis para nuestra conversación. Si no participamos de la locura de todos; “la locura universal”, caeríamos en otro estilo de locura; la psicosis clínica.

Contamos hoy, para sumergirnos en estas locuras con la inestimable participación de Carlos Fernández Liria y Sergio Larriera.

Carlos es profesor titular de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Es además escritor y guionista.

Entre sus libros podemos destacar: Educación para la ciudadanía; Democracia, capitalismo y Estado de Derecho; Marx 1857. El problema del método y la dialéctica; Sin vigilancia y sin castigo; Geometría y tragedia. El uso público de la palabra en la sociedad moderna.

Colabora asiduamente en varias revistas y medios de comunicación y ha escrito también numerosos libros en colaboración con otros autores así como participado en diversos volúmenes colectivos.

Es para nosotros, además, un caso singular, una excepción. Es de los pocos intelectuales, al menos en nuestro país, para los cuales Freud deja de ser un lastre y pasa a formar parte del resto de pensadores que inspiran su trabajo. Y me atrevo a decir que es un gran conocedor del psicoanálisis.

Sergio es psicoanalista y escritor.

Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y docente del la Sección Clínica de Madrid (Nucep).

Ha colaborado en multitud de revistas y publicaciones y dirigido algunas de ellas.

De sus últimos textos resaltar Nudos y cadenas, Artefactos intrascendentes y Sobre la tierra.

De sus muchos libros escritos en colaboración con Jorge Alemán quiero destacar Lacan: Heidegger. El psicoanálisis en la tarea del pensar y Conversaciones con Eugenio Trías.

No puedo dejar de mencionar su entrañable e interesante novela Territorio liberado.

Fue uno de los introductores del “mundo Lacan” en nuestra ciudad y no ha cedido nunca en este empeño. Conste aquí, al menos, mi agradecimiento. 

Creo que Lacan no hubiera imaginado jamás “que un tal Sergio” “alguien que andaba por ahí” fuera a ser el estudioso más aventajado de sus nudos y artefactos. Hasta tal punto, que estoy seguro, que de haberlo conocido Roberto Arlt, lo habría puesto en serie con el “astrólogo” y el “rufián melancólico” como el “topólogo inspirado”.

Sala de la Sede de Madrid de la ELP

LA LOCURA HOY

Por Sergio Larriera – Miembro de la ELP y de la AMP

Como siempre, desfasado, he preparado mi intervención, que serán unas notas que leeré respondiendo a la convocatoria que yo creía que sería la de hoy: “Locura: ¿se puede vivir sin ella?”. La primera frase sonará como un verso de una letra de tango: no puedo vivir sin ella.

Porque es imposible vivir sin ella.

Los humanos somos locos en el punto de partida. La vida es una lucha para no estar locos. ¿Se puede vivir sin la locura? La vida más cuerda no es sin la locura. No se puede vivir sin la locura. Sin embargo, se puede vivir sin sus efectos catastróficos.

Aunque no se puede asegurar una protección permanente.

La locura siempre amenaza, exigiendo cierto estado de alerta. Cuando irrumpe claramente, hay recursos para asistir a los damnificados: modos de mitigar el dolor de la invasión, pero en especial, medios colectivos para aislar al alienado, protegiendo a la sociedad de la incomodidad generada por el angustioso despertar de un loco. Hasta ahí las cosas funcionan.

Sabemos a dónde conduce este camino: a la paranoia como afecto necesario del poder. A la melancolía como el de la sumisión.

Actos extremos del homicidio y el suicidio. Utilización colectiva del impulso individual, diseminación de la locura en las instituciones del gobierno, de la ley, del estado, llevándola a su realización extrema, la guerra y la conquista, la derrota y la opresión.

Como capas geológicas, se va sedimentando en cada época lo más depurado de su locura. Por ejemplo, hoy en día, cualquier fricción bélica, cualquier pequeña guerra, no es lo peor. Es la violencia y la maldad de siempre, puesta en la escena social por una red de locuras entretejidas.

Lo peor es que esos vulgares actos de crímenes patrióticos se producen sobre un colchón de aparatos de mando y de control que rigen la utilización de más de 20.000 ojivas nucleares con el poder, cada una, de 100 Hiroshimas.

Esa disociación. Como si una cuestión no tuviese nada que ver con la otra, como si la locura humana fuese enclaustrable en los hospicios o dominable en un campo de batalla.

Ese mecanismo, esa separación de una locura espectacular, de otra sorda y silenciosa, casi invisible, inmóvil.

La locura es esa separación.

Un estallido de dignidad, de sed de venganza ante la injusticia, de revancha ante el oprobio y la ofensa, es decir, cualquier tontería humana puede desencadenar la conexión entre los dos campos de locura, el de la locura habitual, familiar y la locura anónima.

Se produce el retorno instantáneo de tanto sedimento histórico. No se puede confiar en nada manejado por el hombre. La locura siempre emerge o amenaza. Siempre se huye de ella, pero sin dejar de buscarla o provocarla.

Noelia Ramírez entrevista a Enrique Vila Matas. Se interesa por los cambios en “el estilo cuando a un escritor le pasan cosas de verdad”.

Colapsos, desmayos, trasplantes. Vila Matas recuerda a César Aira: desmayo en Cuba. “Nunca me había pasado algo hasta hoy” declaró.

¿Cómo explicamos este enunciado? Hasta hoy, las defensas habían sido tan eficaces que los hechos, más o menos relevantes, los de la vida cualquiera, no las habían conmovido.

Es tan intenso lo sucedido, perder la conciencia, un desmayo, que ese encuentro con Lo Real toma el valor de algo único, distinto de la infinidad de hechos vitales precedentes.

En ese constructo de base biológica desde el cual yo opero, imaginando hipótesis, aventurando opiniones, afirmando verdades, o generando las acciones necesarias tanto para defenderme del llamado “mundo”, como para ofenderlo y conquistarlo, siempre hay algo que nombro y también los demás nombran como cuerpo.

Puedo llegar a creer cabalmente que me pertenece, será entonces “mi cuerpo”. Así como puedo extrañarme ante él, no reconociéndolo como propio. Pero en todo caso es un cuerpo, cualquiera sea el grado de apropiación que yo haga de él.

Que sea un cuerpo está indicando que las referencias al mismo serán intrincadas redes de imágenes, de letras, de significantes, es decir, de distintos modos del Uno.

Pero hay otro cuerpo que no puedo experimentar como Uno, ni puedo expresar en Unos.

Otro cuerpo inaccesible, inconmensurable, indefinido, informe. Otro cuerpo sin Unos, el cuerpo de Lo Real sin ley, el de la única sustancia del psicoanálisis, la sustancia gozante.

Ese otro cuerpo no es el cuerpo del Otro -el cuerpo de sus operarios, mis semejantes- que sería cuerpo a mi disposición, sino que es lo indeterminado e incognoscible de la sustancia gozante que me hace humano, y que me agita infiltrando cada ámbito, cada instancia, cada zona de lo que llamo “mi ser”.

Goce del Otro cuerpo, no el cuerpo que nombro como mi cuerpo, no el cuerpo que adorno, ni el que daño o reparo, no el cuerpo que toco y tocan, no el cuerpo que veo y doy a ver, incluso en ese prodigio de la reflexión en que me veo verme. No.

Sustancia gozante, que siendo radicalmente otra, se satisface en mi carne, sin importarle si en mi cuerpo produce placer o dolor.

¿Cómo se instala esa sustancia?

¿De dónde viene ese goce?

¿Qué es esa satisfacción?

El Otro es el amo absoluto, dueño y señor de la lengua, dictando la suerte y trazando el destino de aquello que viene al mundo como “uno de la especie de los seres mortales, sexuados y hablantes”.

Ese proto-ser, al que podemos referirnos como “una masa palpitante”, en el penoso y dilatado proceso que lo espera, estará a cargo de los operarios del Otro, sus servidores y esbirros, sus capataces y guardianes, organizados las más de las veces en familias, centros asistenciales, escuelas, universidades, trabajo y muchas instituciones que implementan la ley humana por excelencia, la ley falo semántica.

Así como las desviaciones e incumplimientos serán corregidos o castigados en orfelinatos, reformatorios, cárceles, hospitales, cementerios.

Todo esto que configura la función del Otro, y que es lo que se transmite a ese ser que he denominado “masa palpitante”, si las cosas se desarrollan según los planes del Otro, llegará con el tiempo a ser la lengua del nuevo hablante

¿Pero qué ha sido de la sustancia gozante, del goce de los operarios del Otro que se han encargado del “proceso civilizador” de la masa palpitante? Pues que ha sido transmitida, de contrabando, por inoculación, junto con los Unos de la lengua presentes en la conquista de la carne salvaje.

Una función envenenada, pues aun queriendo transmitir el mayor de los bienes, inoculará las marcas indeterminadas del goce de esa sustancia inasible que, prometiéndonos el placer, nos llevará -si no frenamos a tiempo- a beber del vaso infame del dolor.

Podemos decir que, de esas marcas del goce del Otro -de los operarios del Otro sobre la carne inaugural de la masa palpitante, muchas de ellas constituirán condensaciones, los condensados de marcas del goce que podrán nombrar como Unos, en los términos de esa lengua incipiente que logra articular el infans, nombre que damos a la masa palpitante que no habla. Comienza entonces su articulación en el discurso. En su lalengüa se enlazarán los Unos, un significante, una letra y una imagen.

Esos condensados de marcas del cuerpo son nominados como Unos de la lengua. Esa intrincación entre el cuerpo y la lengua es el misterio.

No menos misteriosa es la ignota existencia de las marcas del cuerpo que no han pasado a la lengua como Unos. Donde las marcas no se condensan para su cópula con el Uno, permanecen en amenazante ocultación.

Hay varios recursos para impedir su caótica presentación. El más primitivo es la pulsión y su organización bajo el falo. Lograr colocar al sujeto ante el objeto en el fantasma es un logro de la defensa y de allí en más: para que el maremágnum de marcas en el cuerpo no invada el discurso hay muchas defensas.

Por eso dije que la vida es, al menos en una de sus dimensiones, una defensa contra la locura. Pero hay que tener en cuenta que no es lucha circunstancial sino trabajo constante. Ella está siempre ahí. Sin ella no se puede vivir. Pero es una inagotable fuente de empuje.

Somos la usina de tal energía. Su destino es una de nuestras mayores responsabilidades.

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