Recordad la historia para no repetirla
Mi estilo es mi ideología,
José Miguel Utande.
Por Margarita Sánchez – Mármol – Socia de la Sede de Madrid de la ELP

José Miguel Utande Vicente, es un artista transcultural que ha dado voz y expresión a las víctimas del campo de concentración de Mauthausen y centros de internamiento nazis. Nace en San Sebastián de los Reyes, Madrid, en 1951. Profesional de Enfermería en el Servicio de Urgencias de San Sebastián de los Reyes, poeta y escultor, Utande es un creador comprometido con la sociedad en la que vive y a la que representa con su arte con un lenguaje propio que oscila de la grandiosidad, con obras como la que nos podemos encontrar en el parque Juan Carlos I, a obras de menor tamaño como las esculturas de los premios de MadridDiario, de la Asociación de Periodistas de Investigación, y del Foro Milicia y Democracia.
Usted es un artista con una formación muy completa y diversa ¿Cómo fue su recorrido personal?
En mi época universitaria, a parte de la lucha política que en aquel momento fue muy virulenta, estudié Ciencias de la Información y Ciencias de la Imagen simultáneamente. También, estudié Medicina, pero no hice el examen de Licenciatura, porque lo estudié por imperativo paterno y yo no quería ejercer. Mi padre era el único sanitario donde vivía, además, de maestro y quería que yo estudiara Medicina. Mi formación en Imagen y Periodismo la dejé el último año, porque me quería dedicar a la creación y al arte. Después, descubrí en la Enfermería la materia prima con la que acercarme al ser humano, considerando al ser humano como elemento único de la creación. Y así ha sido. He permanecido tiempo en esta profesión como hobbie, nunca he vivido de la sanidad, sino del arte.
¿Cuáles son sus influencias artísticas y literarias?
Las influencias literarias han sido muchísimas. Hay autores que cuando estoy haciendo algo que creo que es mío aparecen de golpe, como aparece Luis Cernuda, aparecen “Los heraldos negros” de César Vallejo. Trabajando sobre el exterminio me venían los versos sobre la imposibilidad, sobre las crepitaciones de un pan que en la puerta del horno se nos quema; podíamos haber tenido el pan y justo en el horno se nos quema, no nos sirve. Eso es terrible. Esas son mis influencias. En cuanto a las influencias artísticas, la biblia para mí es Pablo Picasso, toda su obra, desde los nueve años hasta que se murió delante de un cuadro de Ingres diciendo: “Como este cabrón tenemos que pintar todos”. Picasso no se casaba con nadie, cuando se quedaba sin cuadros pintaba en cualquier lienzo, por ejemplo, en uno que le había regalado Amedeo Modigliani. Vivía una vida entregada a un hedonismo inteligente y creativo. No me gusta el debate actual del feminismo rancio. Si el feminismo es considerar a todos los seres humanos iguales lo único que hay que hacer es aplicar la ley. Y mi padre, mi sumo sacerdote en escultura, ha sido Jorge de Oteiza, a quien conocí. La diferencia es que yo no veo a dios por todas partes de la obra, yo soy ateo y para mí todas las religiones son falsas. Para mí Oteiza es el padre de la escultura moderna española y europea.
¿Con qué material se siente más cómodo para esculpir?
Siempre con el bronce, me siento mejor con el bronce. La llamada de la piedra la he tenido cuando volví de un viaje a París, porque estudié la escultura ibérica, que la descubrí como gran creación, pensando que la Dama de Elche era falsa y todavía tengo mis dudas de que sea verdadera. Hace tiempo realicé seis esculturas en piedra de buen trazo que las llamaron Damas, pero yo nunca pongo nombre a mis esculturas. No he tenido la necesidad de llegar a la piedra. El trabajo con el mármol y la piedra es muy fácil, como cortar mantequilla, hoy día se hace con láser, ya no se hace con el martillo. El bronce es un proceso. Con el bronce voy cortando, voy poniendo y voy viendo cómo va la cosa. Dicen los viejos fundidores que el barro es la vida, el yeso y la cera la muerte y el bronce la resurrección. En ese proceso de creación siento cosas, el dominio de la idea y la emoción que se enriquece con el material, aunque, a veces, quieres crear una cosa y por el camino sale otra que no querías.

¿Alguna de sus obras anteriores se acerca, asemeja, expresa, refleja conceptos cercanos a la actual?
Me dediqué a ver todo lo que se había hecho y me parecía que tenía un dramatismo muy implícito, un dramatismo de garrafa. Me dije: “Tú no has planteado esto en tu vida” y pensé en las obras de puertas como la Puerta de Alcalá. Pensé el concepto de puerta como algo que está atravesado y que permitía pasar de un sitio a otro, aunque fuera el puto infierno, y así hice, por ejemplo, la “Puerta del Mar”.
En el Memorial a los prisioneros de Mauthausen quise con la “Puerta de la Libertad” quitar el dramatismo y dar un poco de esperanza. No cerrarla, dejarla abierta, permeable, pero difícil. Lo que fue muy fácil fue pensar en poner los nombres de los madrileños prisioneros. Lo que no iba a hacer es poner un muro para colgar coronas. También pensé en la inscripción “El trabajo te hace libre”, de las puertas del campo de concentración de Auschwitz, y como reverso esta puerta tiene inscrito el mensaje “El mundo del hombre libre”. Pensé, también, en un triángulo que llevaban puesto en la ropa de trabajo los españoles con la “S” dentro que queda representado del revés en la puerta, una “S” subvertida. En realidad, no me gusta mandar símbolos a la gente, pero si alguna nota que ayude a la comprensión.
¿Cómo se le ocurrieron estas formas para representar el horror de Mauthausen?
Me vino a la cabeza el Memorial de París, detrás de Notre Dame. Entras por una escalera angosta oscura hacia abajo y te encuentras con un antro siniestro en el que por cada judío muerto hay una lucecita blanca. Pensé: “Yo le voy a dar esperanza a mi obra, porque no somos judíos”. No quiero hacer literatura de mis esculturas, quiero que den un zapatazo en el estómago o en el alma.
Las esculturas verticales me recuerdan a las chimeneas del crematorio de Mauthausen. También, los extremos que terminan hacia arriba de forma impulsiva como negándose a caer en el olvido me recuerdan al famoso gesto del dedo indicando el cielo de San Juan Bautista de Leonardo da Vinci. ¿Con esa expresión quiso apuntar que hay esperanza?
De las chimeneas del crematorio algo de eso hay, esperanza también. Estas esculturas se parecen a una serie anterior que llamé “Los árboles de los sueños”. Lo que quería es dar esperanza y no olvidar.


Los nombres de los 549 prisioneros aparecen agujereando el acero en las tres columnas del memorial, ¿por qué decidió representarlos de esta manera en lugar de escribirlos sobre la escultura?
Para que no se borren. De esta forma, permanecerán allí. Dentro de las esculturas hay un sistema de iluminación maravilloso. Pensé en añadir un sonido, no un sonido militar, sino un sonido de lo desconocido, con células de presencia, para que la gente que se vaya acercando vaya escuchando unos ruidos como fabriles, nocturnos, lejanos, con efecto doppler.
¿Es ese entorno en el que prefiere que esté su obra o prefiere un museo, un espacio cerrado? Prefiero ese espacio, al aire libre. El conjunto escultórico se encuentra en la Plaza de la Villa entre la Casa de la Villa y el Centro Sefarad-Israel en Madrid. ¿Sus obras van dirigidas para un público concreto? No. Aunque alguna sí. A una persona. Lo bueno que tiene el arte es que trasciende. Se dirige a todo el mundo. ¿Cómo fue su proceso y experiencia artística con esta obra? He sentido un desgarro muy hondo, pero también esperanza.
¿Usted, como artista, es un creador o un receptor?
Me siento más receptor, he intentado eliminar toda vanidad. La vida es un juego de corrección continua. Cuando me llaman artista pienso que dentro de 50 años se verá si eres artista o no. Para mí la escultura es convertir en materia tu filosofía, tus sueños y tus emociones. Por eso elijo el bronce para materializar mis sueños y mi filosofía.
José Miguel, ha estado cinco años investigando junto con las asociación AMICAL, acerca de los campos de concentración y el exterminio nazi. Como experto en la historia de la Segunda Guerra Mundial y como artista me gustaría conocer su opinión de estas palabras que los SS dijeron a Simon Wiesenthal:
“Termine como termine, esta guerra ya la hemos ganado contra ustedes; no quedará ninguno para dar testimonio, pero si incluso alguno se salvara, el mundo no les creerá. Podrá haber sospechas, discusiones, investigaciones realizadas por historiadores, pero no habrá certezas porque al destruirlos a ustedes destruiremos las pruebas. E incluso si algunas subsistieran y si algunos de ustedes sobrevivieran, la gente dirá que los hechos que cuentan son demasiado monstruosos para ser creídos”.
Fue mucha gente. Nuestro gobierno amparó a los nazis, pero la memoria no la van a borrar nunca. Aunque con la globalización y las redes sociales lo intentaran, los hechos son tan rotundos y tan evidentes que es muy difícil que se olvide, no se va a olvidar.
¿Cuál es su próximo proyecto? “Memoria de una luz” en San Sebastián, que es una obra que representa algunos de los símbolos fundamentales de la masonería como el compás y la letra “G”. Se trata de un triángulo equilátero inacabado que se apoya en tres poderosas formas que representan la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Presenta una placa con la inscripción: “En memoria de todos los masones represaliados durante la dictadura franquista, y especialmente de los miembros de la Respetable Logia Altuna nº 15”. También, la Academia de San Fernando me ha pedido una escultura. Pensaré en qué es lo más significativo mío y qué es lo que mejor les encaja.

Me gustaría terminar la entrevista agradeciendo la enorme generosidad del escultor José Miguel Utande, que ha dedicado cinco años de su vida a levantar el recuerdo de las víctimas del nazismo y ha sido capaz de alojar con máximo respeto, dignidad y esperanza la ausencia de los prisioneros del campo de concentración de Mauthausen a través de este conjunto escultórico.
Margarita Sánchez-Mármol.