Celeste Stecco – Miembro de la ELP y de la AMP

La irrupción de la pandemia fue un real que se puso en cruz en la carretera por la que cada uno iba impidiéndonos el andar como acostumbrábamos, produciendo una ruptura en nuestra cotidianeidad, en nuestras costumbres, afectando directamente a la manera en que llevábamos adelante nuestra vida diaria, a la manera de encontrarnos con los otros, a la manera de vivir los lazos, de vivir la vida… Se trató de una ruptura que abrió un tiempo marcado por la discontinuidad y su impacto en la humanidad provocó un desgarro en el más amplio campo del saber.

Hoy nos encontramos habitando esa ruptura en un presente que se teje de preguntas y de saberes puestos en suspenso, un presente que puede llegar a ser un punto de inflexión para la humanidad, por eso no se trata de  precipitarnos con respuestas rápidas con tal de cerrar la brecha… no solo porque podemos desorientarnos más sino porque las mismas respuestas fruto de la precipitación pueden angustiar más que la misma fractura, como me dijo una niña en pleno confinamiento: los seres humanos preferimos imaginar lo peor que aceptar que no sabemos algo.

La historia ha avanzado por rupturas, sucesiones de pruebas y de comienzos, cuestionamientos radicales que en un momento lo desorganizan todo.

El psicoanálisis, invento de Freud (que ya han ido introduciendo mis compañeras en las clases anteriores), produjo una fractura en la historia del pensamiento al mostrar que este no era un acto transparente para sí mismo y que lejos de hacer del ser humano un ser privilegiado producía enfermos. Mostró que lo que acontece en los cuerpos de los seres humanos se encontraba anudado a palabras que el mismo enfermo desconoce poniendo de manifiesto que el humano tiene en su seno la secreta advertencia de que se ignora a sí mismo.

Freud agujereó la tradición filosófica con su descubrimiento del inconsciente, fracturando la idea de la supuesta superioridad de los seres humanos con respecto a las demás especies mostrando como estos están habitados por instintos crueles, brutales, destructivos que dormitan en el individuo como relictos del tiempo primordial[1], lo que los hace capaces de cometer las peores atrocidades.

La pandemia sacudió el mundo, el campo del saber en todas sus vertientes, y sacudió los cuerpos. Los cuerpos humanos, hablantes, fueron sacudidos por la irrupción y los efectos de lo real del virus, de la enfermedad y de los cambios que en el modo de vivir le siguieron.

La irrupción de la pandemia produjo un agujero que abrió la pregunta de cómo seguir con la vida, de cómo seguir vivos, y puso de manifiesto algo que Lacan puso en primer plano: el hecho de que para los seres hablantes, el cuerpo es lo más propio y lo más íntimo que se tiene, a la vez que es lo más extraño para cada uno. El ser hablante se vio expuesto una vez más a la inexistencia de ningún programa instintual, natural o genético que le indicará qué y cómo hacer con él. De esta manera, cada uno se encontró, aún sin saber, con la relación singular que tiene con su cuerpo a partir del trauma que las palabras produjeron en él. Incidencia de las palabras en el cuerpo que si bien produjeron la pérdida de la satisfacción absoluta le hacen gozar, determinando que lo que hace experimentar al cuerpo como vivo no pasa por la biología sino por percusión del lenguaje en él.

Cuerpos: lo que el confinamiento afecta y lo que no

Freud acuñó el concepto de pulsión, concepto que luego Lacan va a nombrar como uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (inconsciente – repetición – transferencia – pulsión) para nombrar la fuerza constante que acontece en el interior del cuerpo y que exige ser satisfecha. La constancia de la pulsión impide que se la pueda asimilar a ninguna función biológica, orgánica o natural ya que carece de ritmo. Como dijo Lacan, esa fuerza interna constante que empuja a ser satisfecha no tiene ni día ni noche, ni primavera ni otoño, ni alta ni baja[2], por lo que podemos decir que tampoco tiene noción de adentro – afuera, de confinamiento o desconfinamiento. La pulsión se satisface siempre, con lo que sea. Es una exigencia de satisfacción que se cumple.

El concepto de pulsión hizo a Freud ubicar que lo que el ser humano experimenta como “peligroso” para sí mismo no era algo que viniera de fuera, sino que venía del propio interior.

¿Cómo pensar esto en la coyuntura actual? Si bien la pandemia hizo venir desde fuera no solo el peligro del virus sino también las medidas que debimos poner para cuidarnos de él confinando nuestros cuerpos, la relación de cada uno con sus modos de satisfacción pulsional se puso en juego produciendo distintos efectos.

La pulsión se satisface siempre pudiendo tener diferentes destinos. Freud las ordenó, después de un gran recorrido, en pulsiones de vida y pulsiones de muerte, dado que éstas pueden encontrar satisfacción en todo aquello que empuja a mantener la vida pero también pueden encontrar satisfacción en cualquier cosa que atente contra ésta.

Las “pulsiones de vida” tienden a constituir unidades vitales cada vez mayores y a mantenerlas. También designadas por Freud con el término “Eros” abarcan a las pulsiones sexuales y de autoconservación. Su meta es producir unidades vitales cada vez grandes y así, conservarlas[3]. A las pulsiones de vida se contraponen las que Freud denominó “pulsiones de muerte”, las que tienden a la reducción completa de las tensiones del cuerpo, a devolver al ser vivo al estado inorgánico. Primero se dirigen hacia el interior y tienden a la autodestrucción; secundariamente se dirigen al exterior, manifestándose entonces en forma de pulsión agresiva o destructiva. Su meta es disolver nexos y así destruir las cosas del mundo[4].

Las pulsiones se satisfacen por medio de diferentes objetos del mundo, pasan por ellos y vuelven al cuerpo, y ni siquiera el hecho de que la pandemia hubiera confinado los cuerpos y que el mundo en el que esos objetos se encuentran se hubiera desorganizado por completo impidió que la pulsión continuará su exigencia de satisfacción. Antes de saber que estaba pasando, los seres humanos dieron rienda suelta al ingenio para seguir satisfaciendo la pulsión aún en el encierro, buscando reemplazar los objetos exteriores de los que se servía para tal fin. Como siempre el humor nos permitió constatar esto, los WhatsApp estaban atiborrados de memes, chistes, fotografías, videos donde vimos las máximas extravagancias con un único objetivo: que la pulsión se satisfaga. En ellas nos encontramos con una vertiente de la satisfacción: esa que se alcanza de una manera autoerótica, incluso narcisista, cada uno gozando solo con su objetito; pero no todo el goce pasa por lo que se hace con y en el propio cuerpo, hay goces que para obtenerlos hace falta el encuentro con otro cuerpo, satisfacciones que, aunque acontecen en el cuerpo propio, se consiguen al pasar por el cuerpo del otro. Hay una satisfacción pulsional que trasciende a Narciso y que alcanza a Eros.

Si bien en el confinamiento de los cuerpos el ser hablante pudo encontrar satisfacciones sustitutivas de la pulsión, en lo que respecta a lo que de ésta se anuda a la vida y al amor, su satisfacción se vio dificultada trastocando e impidiendo ciertos circuitos libidinales que hacen al goce y al deseo.

Siguiendo los desarrollos de Lacan en el Seminario dedicado a La Angustia podemos decir que de una de las cosas de las que la angustia fue señal en esos tiempos fue de la interrupción de lo que sostiene la libido para cada uno, ahí donde el objeto que causa el deseo y al que se ama no es intercambiable ni sustituible.

El confinamiento de los cuerpos produjo cierta interrupción en esas satisfacciones, en las que si bien la técnica favoreció modos de cercanías, los cuerpos no podían estar presentes en el mismo lugar impidiendo la satisfacción que de ese encuentro se obtiene. Parejas que permanecieron separadas, amigos, padres e hijos, etc. y las que aún permanecen separadas.

Fragilidad y lazo

La pandemia puso de manifiesto ciertas cuestiones estructurales que hacen a lo propio del ser hablante y a la relación de éste con la cultura. Hablaremos de cultura como lo hizo Freud, aludiendo a todo aquello que en la vida humana se ha elevado por encima de sus condiciones animales distinguiéndose de la vida animal. Para Freud “cultura” es un equivalente de “civilización”. Se trata de las diferentes invenciones que ligan y enlazan a los seres humanos permitiéndoles convivir en un mundo común posibilitando de esta manera la existencia, ya que como el mismo Freud nos dice, los seres humanos tienen escasas posibilidades de existir aislados.

Tanto Freud como Lacan ubicaron el amor en el origen de la cultura, y Freud es aún más específico cuando nos dice que son las mujeres y sus demandas de amor las que establecieron el fundamento de la cultura. No hay otra razón que el querer ser amado por el otro y el temor a perder su amor, para aceptar ciertas restricciones a su satisfacción pulsional y someterla a ciertas regulaciones. Podemos decir que solo el amor puede hacer de barrera a la agresividad que se vehiculiza en la pulsión y que se dirige al otro.

 Tres fuentes de sufrimiento

La dicha completa, la absoluta satisfacción esta perdida para los seres hablantes. Freud sitúa en El malestar en la cultura tres fuentes de sufrimiento para el ser humano:

  1. La hiperpotencia de la naturaleza.
  2. La fragilidad de nuestro cuerpo.
  3. La insuficiencia de las normas que regulan los lazos con los otros.

Quienes vivimos en Madrid, no solo la pandemia nos expuso ante la evidencia de estas fuentes de sufrimiento sino también lo tormenta de nieve que azotó nuestra comunidad, “Filomena”, y que causó un nuevo confinamiento de los cuerpos ya que durante unos días fue imposible salir de nuestras casas a causa de la nieve y de los destrozos que hizo en la ciudad. Estábamos incomunicados y salir era peligroso.

La hiperpotencia de la naturaleza hizo evidente la fragilidad de nuestro cuerpo y mostró la necesidad de intervenciones comunitarias para ir ordenando la situación. Se evidenció una vez más las escasas posibilidades que tenemos de existir aislados.

Voy a leer lo que nos dice Freud en la pág. 16 de El porvenir de una ilusión:

Ahí están los elementos que parecen burlarse de todo yugo humano: la Tierra, que tiembla y desgarra, abismando a todo lo humano y a toda obra del hombre; el agua, que embravecida lo anega y lo ahoga todo; el tifón, que barre cuanto halla a su paso; las enfermedades, que no hace mucho hemos discernido como los ataques de otros seres vivos; por último, el doloroso enigma de la muerte, para la cual hasta ahora no se ha hallado ningún bálsamo ni es probable que se lo descubra. Con esta violencia la naturaleza se alza contra nosotros, grandiosa, cruel, despiadada; así nos pone de nuevo ante los ojos nuestra endeblez y desvalimiento, de que nos creíamos salvados por el trabajo de la cultura. Una de las pocas impresiones gozosas y reconfortantes que se pueden tener de la humanidad es la que ofrece cuando, frente a una catástrofe desatada por los elementos, olvida su rutina cultural, todas sus dificultades y enemistades internas, y se acuerda de la gran tarea común: conservarse contra el poder desigual de la naturaleza.

Cuerpos confinados: ¿Por la pulsión de vida o por la pulsión de muerte?

La cultura impone ciertas privaciones, restricciones a las satisfacciones pulsionales, para proteger al ser humano y que la convivencia sea posible y de esta manera conservarse frente a la naturaleza. En estos momentos, se imponen restricciones frente a la propagación de un virus que causa una enfermedad que ha llevado al colapso sanitario mundial y a la muerte de millones de personas. Pero, siguiendo a Freud, planteamos que es notable que teniendo escasas posibilidades de existir aislados, los seres humanos sientan como gravosa opresión los sacrificios a que los insta la cultura a fin de permitir una convivencia. Esto hace que la cultura deba ser protegida de los individuos…[5].

Continúa diciendo algo que en este momento pandémico toma especial relevancia: Es cierto que se renuncia a algo, pero quizás es más lo que se gana, y se evita un gran peligro. No obstante, la gente se espanta de ello como si de ese modo se expusiera a la cultura a un peligro todavía mayor.

Ante el real de la pandemia se confinaron los cuerpos en post de su cuidado y conservación. Se trató de un confinamiento al servicio de la vida, aunque para preservarla hubiera que interrumpir ciertos circuitos por los que se vehiculiza el deseo para cada uno, la satisfacción libidinal que se obtiene de los encuentros con los otros…como veíamos hace un momento, y sin garantías acerca del porvenir… porque no las hay.

Como veis, estaban las condiciones para que la hostilidad hacia la cultura se desencadenara en los seres humanos… Esa hostilidad tomo cuerpo en dotar de mayor fuerza discursos que llaman a los sujetos a una libre satisfacción pulsional.[6]

De esta manera vemos hoy, no solo en España, aglutinarse en grupos a seres humanos que se posicionan en contra de las restricciones y limitaciones que impusieron los gobiernos, y más lejos aún, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid donde hay elecciones el próximo 4 de mayo, el discurso fascista de la ultraderecha basa su campaña para ganar las próximas elecciones en que “si ganan las se levantarán todas las restricciones”, promesa que conjugan con el odio que buscan contagiar. Tenemos aquí un retoño de la pulsión de muerte de la que hablábamos al comienzo, pulsión que empuja a la satisfacción en el odio, en la agresividad, en la hostilidad, dando rienda suelta a la maldad humana, llevando al aislamiento y al individualismo confinando a los sujetos a un goce que los autoaniquila.

Podríamos decir que si bien las restricciones culturales llevaron y llevan al confinamiento de los cuerpos ha sido para preservar la vida, de hecho, pudimos constatar como aún confinados, cada uno encerrado en su casa, se inventaban maneras de hacer existir el lazo de comunidad, los vecinos fueron un descubrimiento para muchos y los aplausos a las 20hs era una manera de reunirnos en comunidad, de hacer consistir el lazo con el otro, invenciones al servicio de la pulsión de vida. 

Considero que ese no es el confinamiento de los cuerpos que debe preocuparnos demasiado, aunque lo suframos, quizás el más grave problema para la humanidad es el confinamiento de los cuerpos que produce la propagación del odio que atenta contra el lazo social y que, aunque se esconda detrás de la palabra “libertad” o “protección” su destino es la satisfacción de la pulsión de muerte.

Termino este desarrollo citando a Freud al final de El malestar en la cultura donde plantea lo que para él sería la cuestión decisiva para el destino de la especie humana: si su desarrollo cultural logrará, y en caso afirmativo en qué medida, dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autoaniquilamiento…

¿Pero quién puede prever el desenlace?[7]


[1] Freud, S., Psicología de las masas. 1921

[2] Lacan, J., Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, p. 172

[3] Freud, S., Esquema del Psicoanálisis. Doctrina de las pulsiones, 1938/1949

[4] ibíd.

[5] Freud, S., El porvenir de una ilusión, 1927

[6] Freud, S., Psicología de las masas y análisis del yo, 1921

[7] Freud, S., El malestar en la cultura, 1930. Esta última frase fue agregada en 1931, cuando ya comenzaba a ser notoria la amenaza que representaba Hitler.

Enlace al video:

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