
Javier Garmendia
Miembro de la ELP y AMP
Las enfermedades del padre. Desde las histéricas freudianas a las histerias de hoy
Presentación
Hoy es el último de los cuatro encuentros de trabajo preparatorio para las Jornadas de Pipol 11 “Clínica y crítica del patriarcado”, que se celebrarán los días 1 y 2 de Julio en Bruselas.
Han sido auténticos encuentros de trabajo, de debate apasionado, riguroso y respetuoso entre colegas y asistentes a este espacio, por ello hay que agradecer a las responsables Miriam Chorne e Ivana Maffrand, así como a la comisión de trabajo compuesta por Andel Balseiro, Estrella Garrido, Laura Junquera y Jesús Rubio por su organización, y por supuesto a los colegas que han participado con su ponencias para alentar este esfuerzo colectivo. Para seguir esta estela nos acompañan hoy dos psicoanalistas de sobra conocidas por todos ustedes, Araceli Fuentes y Mercedes de Francisco y que tienen publicados libros relacionados con el tema que nos convoca y cuya lectura recomiendo: El misterio del cuerpo hablante de Araceli y Un nuevo amor y En femenino singular de Mercedes.
Guy Poblome al presentarnos la primera Newsletter, preparatoria para este congreso, además de recordarnos que su título “Clínica y crítica del patriarcado” fue propuesto por Jacques-Alain Miller, debido a su actualidad, también nos recuerda dos cosas interesantes; una, que su título Nobodaddy fueun término acuñado por el poeta místico de finales del siglo XVIII, William Blake y que su construcción plurívoca permite poner de relieve la siguiente paradoja: la ausencia del padre, el nobody, frente al goce del otro. Y además que una persona más cercana a nosotros Catherine Millot, ha utilizado este término para el título de su libro Nobodaddy, La Histeria en el siglo, en el que encontramos un « desdoblamiento, de una cara puramente significante y de una cara oscura », que hace fracasar a Un padre.
Tras esta presentación, y a lo largo de las aproximadamente cien contribuciones en los veinte números de esta gran Newsletter, únicamente encontramos dos menciones a la histeria y en ambas vemos aparecer algo de este “desdoblamiento”. Domenico Cosenza en su artículo “Autoritarismo” nos alerta sobre el movimiento ambivalente que la histeria pone en juego; el desenmascaramiento de la impostura del padre y de cada figura de autoridad que se una a su rescate, y siempre con la condición de que el amo en juego se presente, como nos indica Lacan en su Seminario XVII, bajo la forma de “… un amo sobre el que reinar”. Al referirse al patriarcado la intervención de Guy Briole en “Declinaciones” insiste sobre esta idea; se trata de constatar que un padre fuerte, si es restaurado – con el matiz del padre reparado de las histéricas freudianas -, es para acusarlo y tratar de destruirlo creando otro, por desplazamiento.
Desdoblado, desenmascarado, reparado o vuelto a instaurar “como amo sobre el que reinar” la historia de “la histeria y el padre” nos acompaña desde que Freud se dispuso a escuchar a estas mujeres de finales del XIX. El otro rasgo de esta historia es la importancia fundamental de la sexualidad en la histeria, tanto es así que en Fragmento de análisis de un caso de histeria, el famoso caso Dora, Freud afirma sin ningún género de duda que “llamaría histérica a toda persona, sea o no capaz de producir síntomas somáticos, en quien una excitación sexual provoca predominantemente o exclusivamente sentimientos de displacer”. Ya en este momento, en los orígenes, el asco y la insatisfacción son dos notas que definen mejor a la histeria que la conversión somática. Podríamos preguntarnos que lugar ocupan los vaivenes del padre y los desfiladeros de la insatisfacción en la histeria de hoy, ¿qué ha cambiado?, si es que algo lo ha hecho y cómo constatarlo. ¿Cómo concebir una histeria sin el papel clave del padre? Y ¿qué repercusión tendría sobre el sentimiento de displacer que Freud señalara tan claramente?
Avancemos un poco, casi un siglo, al año 1977 en Bruselas, allí Lacan pronuncia una conferencia “Las consideraciones sobre la histeria” que tiene para lo que vamos a tratar de dilucidar hoy, toda su pertinencia, pues se pregunta lo mismo que ahora nosotros. ¿Qué fue de las histéricas de antaño, de aquellas maravillosas mujeres, las Anna O, las Emmy von N? La pregunta transmite un aire nostálgico, un echar de menos a estas mujeres, un extrañamiento. Y enseguida entendemos el porqué de esta nostalgia, de este aprecio por ellas ya que “no solo jugaron un cierto papel sino un papel cierto. Fueron quienes permitieron el nacimiento del psicoanálisis”. Lo que quiere decir, muy simplemente, que sin ellas hoy nosotros no estaríamos aquí preguntándonos por ellas, no estaríamos aquí reivindicando, de alguna manera, su lugar frente a muchos de los discursos contemporáneos que anuncian con gran satisfacción su final, su desaparición definitiva. Pero, ¿por qué no repartir responsabilidades sobre esta posible desaparición?
A continuación Lacan encadena tres preguntas ¿Qué sustituye actualmente a los síntomas histéricos de otro tiempo? ¿No se ha desplazado la histeria en el campo social? ¿No la habrá reemplazado la chifladura del psicoanálisis?
No se pregunta exactamente sobre el cambio de unos síntomas por otros, sugiere, pero tampoco explícitamente, qué puede haber venido a ocupar el lugar de estos síntomas. Por cierto sobre este tema recomiendo la lectura del esclarecedor artículo de Blanca Sánchez “Cómo persiste lo que persiste de la histeria” publicado en nuestra revista El Psicoanálisis nº 40.
La segunda pone en cuestión el “papel cierto” que jugaron, un desplazamiento, una inversión ahora quizás del “papel cierto a cierto papel” y precisamente por el psicoanálisis, es lo que nos sugiere la tercera pregunta que es, en realidad, una pregunta-respuesta: la histeria ha sido reemplazada por la chifladura del psicoanálisis.
Algo de la chifladura se nos va aclarando al lo largo del texto, pero especialmente en este párrafo, en el que recuperamos la importancia que Freud le daba a la sexualidad en la histeria, “lo esencial de lo que dijo Freud es que, en una especie que tiene palabras a su disposición, existe la mayor relación entre el uso de las palabras y la sexualidad que reina en una especie. La sexualidad está enteramente capturada en esas palabras. Ese es el paso esencial que dio Freud. Es mucho más importante que saber lo que quiere o no quiere decir el inconsciente. Freud puso el acento en este hecho”
Ya vislumbramos la chifladura, ya podemos separar la paja del trigo, lo importante de lo superfluo; lo importante es “esa sexualidad capturada en las palabras” y no tanto “saber lo que quiere o no quiere decir el inconsciente sobre eso”. Lo que nos chifla y ha podido desplazar a la histeria ha sido enredarnos en la maraña interpretativa, hasta el punto de dejar de escuchar.
De esto nos había advertido Lacan un poco antes en 1970 en su “Reverso del psicoanálisis” cuando al hablar de la histeria y del padre, que para él está castrado desde el origen, se pregunta “¿Y por qué se equivocó Freud hasta ese punto, teniendo en cuenta que, de creer en mi análisis de hoy, no tenía más que tomar lo que le daban así, en la mano? ¿Por qué sustituye el saber que recoge de todos esos picos de oro, Anna, Emmie, Dora, por ese mito, el complejo de Edipo?” Esta es la cuestión, aquí tenemos lo desplazado y reemplazado, se ha sustituido el saber de esos picos de oro, de ahí la nostalgia, por el mito del complejo de Edipo, cuando este saber podría sostenerse por sí mismo más allá de la referencia al padre y al Edipo que no han hecho sino ocultarlo.
Un año antes de estas “Consideraciones” en el “Prefacio a la edición inglesa del seminario XI” Lacan nos sorprende con una afirmación categórica, “Cuando el espacio de un lapsus, ya no tiene ningún alcance de sentido ( o de interpretación), tan solo entonces puede uno estar seguro de que está en el inconsciente. Uno lo sabe, uno mismo”. Entonces, la chifladura del psicoanálisis, que ha podido reemplazar a la histeria y la ha desplazado del campo social, es la de habernos enredado con el padre, el Edipo y la búsqueda de sentido, acallando el saber de esos picos de oro. Tal vez la equivocación freudiana haya sido no entender que el espacio de un lapsus cuando ya no tiene ningún alcance de sentido nos orienta hacia lo real, un real que se resiste a ser sepultado por infinitas interpretaciones.
Marta Mora.
Socia de la Sede de Madrid
Hacia Pipol 11 -Clínica y crítica del Patriarcado-Resonancia de “Las enfermedades del padre. Desde las histéricas freudianas a las histéricas de hoy.”
Este fue el último encuentro del ciclo de preparación hacia Pipol 11. Una noche de un día de calor extremo. Llegué muy cansada al encuentro, pero aún así pude rescatar algunas cosas y corroborar otras.
Coordinó Javier Garmendia quien que comentó que en los “Nobodaddi” sólo hay dos trabajos sobre la histeria en cien contribuciones y partió de lo que Lacan se pregunta en el Seminario 24 (1977) acerca de la histeria y el psicoanálisis: “¿A dónde se han ido las histéricas de antaño, esas maravillosas mujeres, las Anna O…, las Emmy von N.…? ¿Qué es lo que reemplaza a esos síntomas histéricos de otros tiempos? ¿No se ha desplazado la histeria en el campo social? ¿No la habrá reemplazado la chifladura psicoanalítica? En este seminario es donde Lacan, se separa de Freud yendo más allá del mito del complejo de Edipo.
Escuché significantes que quedaron resonando en mi al menos: reemplazo, sustitución y chifladura psicoanalítica.
En su intervención Mercedes de Francisco, se basó en la pregunta acerca de si el psicoanálisis no tomaría el testigo de la chifladura de la histeria, y señaló que es en el Seminario 24 donde Lacan dice adiós a Freud explícitamente, y ese adiós lo sostiene desde lo que ya había dicho sobre el sujeto histérico, pero a ella, le interesó lo del “cuerpo cizallado” de la histérica. Al separarse de la concepción freudiana de la histeria lo hace de la cuestión del Nombre del Padre.
La histeria sostiene su relación con el síntoma en relación al padre, Lacan dice que ella extrae del otro, del que está enamorada, un síntoma. Su síntoma es de participación del goce del padre mientras que, en lo femenino, es en relación a otro cuerpo. En contraposición al “cuerpo cizallado” de la histérica, Lacan plantea el cuerpo tórico, son dos agujeros, boca y ano, que rodean un vacío. Se preguntó por el síntoma de la histérica hoy, y arriesgó su opinión acerca de que serían equivalentes a las de antes, salvo en las histerias rígidas, donde hay un anudamiento diferente de los tres registros, que desarrolló después Araceli fuentes. El rechazo del cuerpo lleva a la histérica a un pacto, antes con la medicina, hoy con la tecnociencia, en el intento de construir un otro que sepa cuestionando el saber. Es el juego por antonomasia de la histérica, mostrar la impotencia de ese saber y en ese juego, la histérica se inmola. Esto sigue ocurriendo, dijo, por eso Lacan intenta desprenderse de esta posición, para mostrar que no debemos ser el intérprete impotente de la histeria. Lo señaló como una indicación clínica relevante, Lacan dice esto a los psicoanalistas para que no nos convirtamos en el reemplazo de la chifladura histérica, para no quedar apresado en esa manera de entender en la histeria, el síntoma, la interpretación, el cuerpo, el saber y separarnos de este otro intérprete.
Araceli Fuentes nos trajo el recorrido de Lacan sobre esta histeria rígida, quien al acudir a una representación teatral sobre el caso Dora, quedó muy impresionado y lo llevó a reflexionar sobre la histeria y la repetición como tema motor de esa representación. Una histeria rígida, sin el padre y un nuevo anudamiento en cadena de los tres registros, un anudamiento rígido, de los nudos lacanianos, pero como cadena, como rectángulos. Me interesó mucho su trabajo porque allí también habló de el nuevo final de análisis que Lacan propone, de los dos tipos de corte de sesión y su repercusión según los tres registros, de dos insatisfacciones que llevan a una satisfacción, la del final de análisis. Espero se publiquen en La Brújula los textos de este encuentro para tener las referencias que no pude apuntar y poder profundizar en este tema.