Texto de presentación de Artefactos intrascendentes, de Sergio Larriera, publicado por Arena Libros, Madrid, 2019. BOLM, 13 de noviembre de 2019.
No sé si la caracterización que haré ahora del autor del libro que hoy presentamos la hubiera hecho si no hubiese escuchado nuevamente, por esas extrañas contingencias, en estos días una conferencia de Borges sobre Joyce y su Ulises. Lo que diré, lo pienso de Sergio Larriera desde hace mucho tiempo, pero escuchar esa conferencia seguramente me hace formularla en los términos en que lo haré. Hay dos ideas en particular que quiero traer. En el comienzo de la conferencia, Borges propone que ciertas situaciones son desproporcionadamente fecundas en cuanto a la producción cultural y atribuye dicha riqueza a la condición de exterioridad, incluso de exilio de sus autores, respecto de la corriente principal. Lo hace a partir de una tesis de T. Veblen sobre la preponderancia de los judíos dentro de la cultura occidental. Veblen quiso indagar sus causas, a partir de su negativa de explicar nada en términos étnicos. Encontró la razón en que manejan una cultura que en cierto sentido no es la suya, con la que guardan una relativa exterioridad, en la que viven en un cierto exilio. Lo que les permite experimentarse como más libres, sentirse menos deudores, obrar sin supersticiones y muchas veces de manera revolucionaria.
A Borges le pareció una tesis útil para explicar otras situaciones por ejemplo el carácter vanguardista de la literatura americana respecto de la literatura en lengua española, y la de Irlanda, un país, pequeño, pobre y no demasiado poblado, en relación a la cultura británica y occidental. Podría así, dice Borges, explicarse la abundancia de nombres ilustres entre los irlandeses. Viven dentro de la cultura británica pero se saben no ingleses y pueden encarar lo que hacen de una manera más libre, más innovadora.
Salvando todas las distancias que consideren necesario salvar, encuentro que la condición de
exiliado, de marginal, de exterioridad de Sergio -y supongo que no es necesario que diga, que no hablo sólo en términos geográficos- explica muchas de las características de su libro. Eso y la pasión que acompaña todo lo que hace.
Recuerdo una anécdota – no sé si alguna vez hablamos de ella con Sergio- hubo hace muchos años unas Jornadas Nacionales, fue antes del 98, de la escisión, porque estábamos todos, eran unas Jornadas dedicadas al yo que se celebraron creo que en Galicia, y Sergio y yo habíamos participado los dos en el documento de trabajo con un pequeño texto cada uno sobre el yo en Joyce. No recuerdo bien los detalles de la situación, pongamos que había que elegir algunos textos para exponer en las plenarias, en todo caso Miller eligió que Larriera fuera uno de los expositores y luego se acercó a mí y me dijo “Tenía que estar él, es tan original su modo de escribir”.
Quiero ahora citar la doble conjetura con la que Sergio se define en el exergo de la “Presentación”: “El porteño aparisado que habré sido para el castellano lunfardo que estoy llegando a ser”. Además de mostrarnos el humor con el que suele hablar de cualquier tema (he llegado a decirle que no podía renunciar a sus clases porque era uno de los pocos lugares en que reía claramente, sin retención), revela cómo éste le sirve, haciéndose destinatario de su propia comicidad, para descubrirnos el carácter universal de nuestro ser de objetos. Más allá desde luego de la prestancia narcisística en que constantemente nos empeñamos. La nota al pie dice: “Esta doble conjetura, en la que se muestra con claridad la imposibilidad de ser, pude formularla tras décadas de lectura de Lacan y Heidegger. Está construida sobre la fórmula lacaniana de la temporalización del ser.” Reconocerán como yo el más puro estilo Larriera. Esa equivocidad de la enunciación nos hace leer las cosas más serias y rigurosas que nos dice con una sonrisa.
Borges recuerda asimismo que muchos jóvenes en el mundo ensayan una obra que es una aventura -según una oposición de Guillaume Apollinaire, aventura se opondría, en este caso, al orden. Y resulta una definición interesante de las vanguardias. ¿Hará Sergio bromas sobre la innovación de los jóvenes? Los que asistimos a sus clases sabemos que entre esas bromas constantes que quitan hierro al poderoso superyo, últimamente Sergio habla mucho de la edad. Pero he conservado tal cual la definición de Apollinaire evocada por Borges porque es su carácter iconoclasta, anarquista lo que precisamente, más allá de las bromas, vuelve joven su escritura. Aunque se vea claramente también que es fruto de los años de lectura, de la experiencia.
Hablé antes de la pasión que acompaña todo lo que hace, me gustaría ahora desmenuzar brevemente algunos de esos amores. Son los que hacen que me guste tanto este libro. Larriera posee un goce extraordinario de lalengua. Sus vueltas con las traducciones así lo manifiestan. Hay una búsqueda de precisión, pero además hay un gusto de buscar el término más adecuado.
No siempre, aunque muchas veces coincido con su propuesta como con la traducción de sinthome/sinthoma, menos con la de parlêtre/parléser, me gustaba más su serdiciente quizás porque gozo menos de la conservación del sonido parler relacionado con parlar -en castellano decimos hablar- o tal vez porque soy más esclava de la dimensión conceptual. no me gusta tanto como a él retorcer el castellano. Pero igual en todos los casos nos obliga a un trabajo sobre la lengua que resulta excepcional.
El bello título del libro habla de artefactos intrascendentes. Me gusta, y despertó el interés por saber que eran estos artefactos intrascendentes. Acudí cómo no, a mi fuente habitual: Lacan. Utilizaba ese término “artefactos” para subrayar el carácter artificial, ficticio. “El discurso es el artefacto” decía Lacan en el Seminario XVIII, De un discurso que no fuera del semblante.
Al comienzo de ese seminario Lacan oponía el artefacto a los semblantes. Estos últimos están presentes incluso en la misma naturaleza: para empezar, hablaba de los meteoros y del arco iris como ejemplo de semblantes. En tanto pueden estar en la naturaleza son lo contrario del artefacto. Es un producto del decir. Esta oposición le sirve a Lacan para diferenciarse del idealismo. No es el conocimiento, “en cuanto no creemos que conozcamos por medio de la percepción, de la que extraeríamos no sé qué quintaesencia, sino mediante un aparato que es el discurso”. No es pues la Idea. Es el decir.
Proponer pues la dimensión de artefactos intrascendentes es sostener una posición materialista, apoyada en el decir.
¿Es así como lo utiliza Larriera? Sí y no. Porque como el propio Sergio dice, la primera parte del libro presenta términos que “a lo largo de los años van sufriendo pequeños desplazamientos, pasando a formar parte de nuevas constelaciones (…).” En mi opinión la segunda parte también. Y así, los artefactos intrascendentes cambian y se modifican a lo largo del libro.
Para considerar su primera aparición, una cita amplia de la página 102 “En esa tarea del analista regirán las coordenadas de la palabra poética, dando lugar a un contrapunto de efectos de sentido y efectos de agujero. Las operaciones se sostendrán en artefactos intrascendentes pero que no pueden ser sin relación a la estructura. Aunque la pretendida trascendencia de la estructura naufraga en los agujeros que excava la palabra. Entre el sentido y el agujero, el parléser farfulla sus síntomas.”
Podemos deducir de esta cita que los artefactos son intrascendentes en contraposición a la estructura que es trascendente por una parte y que la tarea del analista será homóloga a la del síntoma, ambas entre el sentido y el agujero.
En la siguiente cita se contraponen nuevamente la estructura trascendental del Otro y la singularidad de la respuesta de cada uno de los artefactos intrascendentes. Pero se añade un elemento que no estaba presente en la cita anterior. Es un cambio que se corresponde con el hecho de que esta cita pertenece a la segunda parte del libro que se titula “Un nuevo decir localizador”, y que en mi opinión es mucho más que una segunda parte, es verdaderamente otro libro. Esta cita dice más, dice: “No hay inscripción directa, sin fallas ni deformaciones, de los signos del Otro en el cuerpo elemental de la masa palpitante.”(p.133)
¿No hay inscripción directa porque hay la respuesta de la masa palpitante? ¿Está proponiendo Larriera que al determinismo de las marcas del Otro lo acompaña el consentimiento o el rechazo del sujeto? ¿Qué es esa masa palpitante? ¿Por qué Larriera quiere ir más allá, o mejor más acá del momento en que se inscriben las marcas? ¿No se biologiza así más el proceso?
En la p.144, Sergio escribe una serie de fórmulas que condensan los grados de ciframiento del goce. En la segunda reformula el artefacto intrascendente
Parléser: singular artefacto intrascendente. Cuatro dimensiones R.S.I. sigma como la letra correspondiente al sínthoma y recuerda después que Lacan se refirió al tiempo como “tirones del nudo”.
Es sin duda una formulación original, un modo de decir completamente novedoso, los tres grados de las cifras del Uno, que por otra parte Larriera afirma deducir del que llama “Triángulo de Lacan: Pascal con Frege”.
Resumamos de modo extremo, aquí el artefacto intrascendente es el parléser definido como nudo de 4 redondeles.
En la definición de la página 150 Larriera insiste en la necesidad del 4º nudo para reunir -“como puede, en un artefacto intrascendente que estará en permanente construcción y destrucción la singularidad de cada parléser”.
Por último, y me disculpo si me he tomado demasiado tiempo en la lectura con la que intento explicarles, pero sobre todo explicarme ese término tan novedoso para mí como para ustedes. Y quizás sea el momento de reconocer que las elaboraciones de Sergio Larriera que son el producto de años de lecturas no sólo de los aspectos más complejos de la enseñanza de Lacan, si no también de otros autores, y para el caso de la consideración de los artefactos intrascendentes en las pp.169/170, en particular de Heidegger, seguramente encierran matices que a mí se me escapan. La densidad en general de referencias a este autor, me refiero ahora a Heidegger, es tan grande y está tan incorporada, hechas tan suyas por Larriera, que estoy segura de haber perdido dimensiones de su invención. En todo caso la referencia a “lo poéticamente pensado” indica el carácter de “artesanía manual a la que se encomienda el escribir” (y que hizo a Lacan interesarse tanto en la escritura china). Está pues también presente el artesano Joyceano, evocado tan significativamente en el final de Retrato del artista adolescente, casi a modo de programa de vida y poética literaria.
Hemos recogido que los artefactos intrascendentes tienen el aspecto de artesanía que hay en el escribir, son una escritura, que reúne en un nudo de 4, es decir anudado por el sínthoma, la singularidad del parléser. Añadiré ahora para reforzar este aspecto de acto que tiene el decir y que queda incluido en la escritur, la enigmática propuesta de Lacan “No soy un poeta, soy un poema. Y que se escribe pese a que tenga el aire de ser sujeto”. Constituye otro modo de decirlo.
La praxis poética del nudo borromeo es como la caligrafía china, un arte del movimiento que implica la presencia del cuerpo. El pincel en la escritura china es como un sismógrafo que registra la singularidad del calígrafo. Lo que es interesante de la escritura china para Lacan no son las figuras como productos acabados, sino su generación singular por y en el acto de la escritura.
Me quiero referir ahora a la belleza del libro en su conjunto. Por ella habrá que felicitar a Isidro Herrera su editor. Y supongo que también a Sergio, al menos yo veo la mano de Sergio, que nos tiene acostumbrados a tratar con mimo ilustraciones, esquemas, nudos. Por eso precisamente es un libro muy difícil de editar. Y sin embargo está excelentemente editado. Me gusta mucho la cubierta, con esa bella foto de Larriera duplicada – de ningún modo un selfie digital, concebido a partir de la repugnante palabra self, sino por favor, una fotomóvil tomada con su arcaico móvil analógico- y también me gusta la contraportada tan clara y explicativa y con su maravilloso nudo anunciador. Me gusta la letra, su tamaño, los blancos. Encuentro muy valiosas las notas verdaderamente esclarecedoras. Por ejemplo la nota al pie de la página 32 en la que nos explica que la utilización en la prensa del término extimidad, como se podía esperar, dada la fortuna del hallazgo de ese neologismo, no ha escapado sin embargo a su también previsible tergiversación. Con su habitual humor anota “nuestro apreciado concepto ha muerto de éxito”.
En su búsqueda de las marcas impresas en la lengua por el goce de los hablantes Larriera investiga en el fascinante “Ir a lalengüa” las raíces del término folía (pp.24/25). .
Detenerse en el término extrañamente familiar de “folía”, derivado del latín “follis” a través del francés “folie”, para destacar que la expresión folía preserva la locura “presente en cada uno de los actos del hombre, insistente, incorregible”, pero “como palabra psiquiatrizada”. Larriera la vincula también al folgar, “tener ayuntamiento carnal”. “De tal manera hoy, en el verbo contemporáneo que recuerda el jadear de los amantes en el abrazo amoroso, resuenan la holganza y la locura de nuestros antepasados.” Me imagino, aunque no tengamos el testimonio de un secretario que, como en el caso de Joyce, nos hable de su risa mientras escribía, la diversión de Larriera mientras encontraba estas relaciones etimológicas que como chiste van dejando sus huellas en la lengua.
Y a través de la investigación del término antiguo, ya en desuso, que recupera, introduce otra de sus pasiones, la de la literatura inspirada, la de esos locos sublimes que en los sucesivos cursos veraniegos ha sabido traernos. Muchos de esos personajes que pueblan el libro de R. Queneau En los confines de las tinieblas merecen no sólo todo el respeto sino claramente su amor. ¡Oh, Brisset tantas veces convocado! “A mi juicio -escribe Larriera- el más destacado de aquellos célebres locos del siglo XIX y principios del XX, el más lúcido y entrañable de los miembros de esa “familia de sombras” -según la feliz expresión de Foucault- que Sergio recoge.
Su goce de la lógica matemática es ostensible en todo el libro pero en particular en su riguroso ”Triángulo de Lacan: Pascal con Frege” con su extraordinario desarrollo sobre los diferentes Unos que Lacan distingue. También su peculiar análisis de la expresión “hay de lo Uno” y la traducción de sinthome. En este texto batalla en contra de dejarlo en francés como suele hacerse y a favor de escribir síntoma con h, neologismo que al confundirse por su sonido con el síntoma habitual en castellano, produce la equivocidad que requiere de la escritura para diferenciarse.
En “El otro Saussure” retoma algunas de las investigaciones sobre los anagramas, para hablarnos de la necesidad de la reconsideración del signo. En los cursos de Lengüajes, Mario Coll que ha trabajado tan intensamente en el tema supo hacer avanzar la reflexión sobre el otro Saussure. Presentó por ejemplo las investigaciones de Starobinski sobre ese otro aspecto del signo. Nos mostró asimismo cómo se había reprimido en la versión primera del Curso toda una faceta de la investigación de Saussure para destacar más, o solo, una perspectiva científica y formalista.
Larriera considera que el comentario de Miller de este “otro” Saussure constituyó un hito en el “proceso de posesión” en el que se adentró este autor (199571996). Hasta alcanzar una formulación acabada en su Piezas sueltas: “ser poseído por el texto de Lacan, dejarse poseer para terminar con cualquier resto de aspiración a la univocidad. Para mí”, continúa Larriera, “entre estos dos puntos se tiende el arco maestro de la enseñanza de Miller”.
Finalizo mi comentario recomendando la lectura de este libro tan original, tan único y a la vez tan estimulante, incluso si es para discutir algún aspecto. La posición anarquista, a veces incluso nihilista de Sergio se acompaña sin embargo siempre de una pasión por alcanzar lo real de la experiencia psicoanalítica. Y para hacerlo sabe que debe acudir a la lógica matemática. Por ejemplo la teoría de conjuntos de Cantor muestra que conjuntos y elementos son letras. Como lo dice el mismo Lacan en el Seminario Aún, las letras no designan esos conjuntos, los hacen. Son artesanía.
Por eso esta doble y paradójica obediencia termina siendo tan productiva, llevando el descubrimiento de Freud a sus consecuencias más radicales.