Mercedes de Francisco – Miembro de la ELP y de la AMP

En este relato cualquier mujer puede reconocerse a través de estas claras, concisas y nítidas letras que llegan muy lejos, atravesando cualquier inútil frontera.

La narración transcurre cuando Camila a los 22 años compaginaba la vida universitaria con su nocturna vida de travesti y prostituta en Córdoba-Argentina. Y desde ese paseo por el infierno de un goce devastador, hace hablar a ese niño que fue y se hizo mujer, pues en esa familia presidida por un padre violento y energúmeno no podía elegir ser hombre, aunque su anatomía así lo dictara. Con una frase de gran finura bordea esta insondable “decisión del ser”, “convertirse en la mujer que es”, un hallazgo en su decir que da en la diana y nos enseña como la posición sexuada no es biológica, pero compromete la carne.

En escuetas 230 páginas, encontramos la mostración de un goce mortífero que padecen los cuerpos de las travestis. De forma descarnada muestra su vulnerabilidad a través de “eso femenino”, frente a lo que algunos hombres se sienten atraídos a la vez que les produce horror y descargan en ellas su ira y violencia. Es demoledora la presentación que hace de estos hombres violentamente cobardes frente a la castración, aunque en este caso esos cuerpos a los que degradan y dañan porten un órgano.

Pero Camila Sosa no se detiene exclusivamente en esto, su relato no es una denuncia, y llega más lejos en diferentes momentos de su escritura.

El momento de la caída y el desamparo, y la revelación de que “ninguna distracción, ningún amor, ningún argumento” podían quitarle la responsabilidad sobre su propio cuerpo.

Las miradas que atraen esos cuerpos de travestis y los sacrificios hasta quedar en los huesos, para conseguir alcanzar la belleza y tratar de borrar los caracteres del macho, que les tocó en el juego del azar que implica lo bio.

El “asqueroso sometimiento” a esa idea del amor que conlleva desear a un hombre a pesar de sus agresiones, su violencia, un hombre al que no puede renunciar pues “constata con él el deseo por su feminidad”.

Un amor fulgurante de un cliente, “hombre sin ambages”, logra proporcionarle una entrega y un goce alejado de lo mortífero. Este hombre con su decir nombra lo evidente en ella, su dolor, esto que le hace ser una esclava de su rencor y que convierte “el alivio en tensión, la cortesía en maltrato, la franqueza en falsedad, el dolor en enojo”

No escatima nombrar la melancolía y la muerte que rodea a esa “familia de travestis”. Aunque se aglutinaban alrededor de la Tía Encarna representante de lo materno, y allí encontraban un refugio, la solidaridad entre ellas no lograban contrarrestar “el veneno” que las iba matando, esa aspiración ponzoñosa a encarnar a “La mujer”.

Nombrará a las Cuervas, a esas que les gusta la carroña, las otras travestis nacidas en los barrios ricos que bajaban al submundo como en un viaje turístico, con sus perfumes y sus sedas frente a los cosméticos y bisutería baratas que lucían ellas. El ser travesti que las identificaba quedaba agujereado y no permitía hacer un conjunto cerrado, la pobreza introducía la diferencia.

La herencia de los libros por parte de la madre y el despilfarro por parte del padre. Y su derecho a apropiarse del lenguaje, hacerlo suyo, exorcizar el dolor y la melancolía con la dignidad poética de su escritura que realizaba cada noche después de prostituirse. Eso que da a este texto un tono lírico elevadísimo mas que un halo de religiosidad, a pesar de la pluralización de las vírgenes a las que rendían culto en un intento de alejar a la parca.

Y fundamentalmente su derecho a “la felicidad” a la que decide no renunciar, cuando elige dejar esa vida. Y aunque en alguna entrevista ha declarado que en ocasiones extraña ese mundo oscuro, sigue manteniendo su decisión de no quedar aspirada por este goce claramente mortífero.

Esta escritura tan testimonial, logra a partir de lo más singular tocar nuestros cuerpos y mostrarnos como “el goce femenino” sigue siendo lo más hetero para cada uno, más allá de nuestro genero, nuestra posición sexuada o nuestra elección de objeto.

Mercedes de Francisco

25 de abril de 2021

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